septiembre 03, 2012

Del día que busque a Arguedas y encontre a Cortázar



Era un domingo, y lo recuerdo bien pues me desperté a las 11, algo más tarde de lo acostumbrado. Era domingo y estaba nublado, como casi todos los días de mi estancia en Lima. Estaba nublado y a mí me gustaba, pues mis ojos no soportan la intensidad de luz del sol despejado.
Pasado el desayuno, empecé a leer distintas noticias en internet, pues era el único día que podía leer sobre cosas ajenas a mi formación académica. Encontré de casualidad un video sobre la vida del escritor José María Arguedas, era de un programa dirigido por Hildebrandt. Recuerdo sentirme de alguna manera identificado con la vida del escritor y me interese en conocer más sobre su obra. Había leído yo hace algunos años la obra Yawar Fiesta, la cual encontré en mi casa y decidí leer pues el número de páginas era pequeño y el titulo misterioso. Yawar Fiesta significo para mí la aceptación de un amor hacia la sierra del Perú. Aceptación y no un inicio, pues mi familia es serrana y el hecho de que yo sea de Trujillo, no me hace menos serrano, pero como para muchos este amor serrano era algo que necesitaba ser fortalecido y de una vez para siempre aceptado con orgullo.
Luego del almuerzo decidí salir al centro en búsqueda del libro Todas las sangres, y entender que parte no entendieron los críticos del tiempo de Arguedas, pues según narran los reportajes, las duras críticas de sus contemporáneos, hicieron que Arguedas se sumiera en una depresión  que a la larga lo llevaría al suicidio. Misterios así intrigan a cualquiera, y a mí me motivaron lo  suficiente como para salir a buscar el libro.
Tome un micro en el paradero de la panadería, llevaba unos jeans azules, zapatillas deportivas, un polo azul que no he vuelto a encontrar y mi chompa de hilo, la cual use con solemnidad por varios meses y que ahora no puedo tolerar un solo instante. Recuerdo que llegue a la feria de la calle amazonas,  aproximadamente a las 5 de la tarde, había algo de sol por lo que llevaba la chompa en mis manos. Busque el libro de Arguedas, busque cualquier libro de Arguedas, pero la fascinación por los 100 años del nacimiento de Arguedas, había hecho desaparecer sus libros de los puestos. Recuerdo que vi un letrero “Todo por un sol”, y yo no pude evitar buscar algo. Compre solo un libro, Cuentos de Poe, libro que pasado un año, aún no he leído. Busque a Arguedas y curiosamente, o casualmente, encontré a Cortázar. Sabia del problema entre Arguedas y Cortázar, y necesitaba para saciar mis dudas, leer a ambas partes. Compre el libro Rayuela, el cual pude leer algunas páginas y me pareció ciertamente ingenioso.
Salí de la feria de libros con mi chompa ya puesta, pues ya era de noche y tenía frio.  Camine hacia la plaza de armas, en el camino entre al museo de la estación de desamparados. Luego del museo pensé en comer algo en la alameda que está detrás de Palacio de gobierno. Compre mi porción de Arroz con leche y mazamorra, lo cual es casi una tradición cada vez que paso por ese lugar. Al irme pensé recorrer una nueva ruta para tomar el micro de regreso, pero en la primera esquina encontré la oferta de un paseo al cerro San Cristóbal. Pague los 5 soles del mini Tour y subí al bus, me senté al costado de una guapa muchacha, inicie la conversación y luego me quede sin ideas. Este problema lo tengo hasta el día de hoy, pero eso no me desmotiva. La chica era de Iquitos, y trabajaba en una casa en San Isidro, ella quería ser estilista. Yo recuerdo mi comentario sobre su profesión; Hay que ser medio artista para arreglarle la cara a la gente, me parece que fue lo suficientemente original y con la dosis de burla que me caracteriza. Bueno llegamos a la cima del cerro y pude ver Lima como no la había visto antes, brillante y en cierto modo hermosa. La noche ocultaba las calles sucias y mal planificadas, abrigaba a toda la gente de la calle y dejaba que las luces artificiales sean más hermosas que de costumbre. Mire por todo el rededor del mirador y finalmente encontré a la chica del bus, ella me mostro una foto instantánea, ella sonreía y parecía feliz. Regrese a la ciudad con el cabello despeinado por el viento y con un frio exagerado. Eran aproximadamente las 9 de la noche, me despedí de la chica y partimos por caminos distintos. Recuerdo pasar la plaza de armas, luego caminar por el jirón de la Unión hasta la Plaza San Martín, donde pude ver a los políticos sui generis de esa plaza.
El tramo final al paradero fue una carrera, pues unos ladrones me perseguían (o eso creo). Al llegar al paradero del parque universitario, me di cuenta del problema para encontrar bus a esa hora, más aun siendo domingo. Pude tomar un carro hacia San Miguel, y  ya en el carro recuerdo el rostro de una hermosa joven, que bajo en la avenida Brasil. Camine desde el paradero de la calle Cueva hacia el departamento en las torres, pensé en varias cosas, entre ellas medite sobre la semana de exámenes que acababa, de lo mal que di los exámenes, de lo mucho que tenía que estudiar y de la suerte que tenía.
Hoy, ha pasado más de un año desde aquel día, no he leído un solo libro, ni de Cortázar ni de Arguedas, pero pronto lo hare, al menos eso espero.